La pregunta cayó como una piedra en mitad de una reunión sobre la integración de inteligencia artificial en la construcción de productos digitales. Un compañero, con más curiosidad que miedo, preguntó en voz alta:
“Si no quiero encontrarme en cinco años con una carta de despido sobre la mesa… ¿qué tengo que hacer?”
No era una queja, ni un grito de alarma. Era una invitación a pensar. Y durante unos segundos, nadie respondió. Porque la cuestión, aunque simple en apariencia, abre una grieta enorme en la forma en que concebimos nuestro trabajo en la era de la automatización inteligente.
Pasados unos segundos, respondí con otra pregunta:
“Si todo lo que hoy encargas construir se pudiera ejecutar en tiempo cero… ¿a qué dedicarías tu tiempo?”
Silencio primero. Risas nerviosas después. Y luego, ideas. Muchas. Pero todas confluían en una misma dirección: dedicar más tiempo a entender mejor al usuario, al cliente y al negocio. En otras palabras: dejar de obsesionarnos con hacer más cosas para centrarnos en hacer las cosas que realmente importan.
Del output al outcome
Durante años, la eficiencia en el desarrollo de productos se ha medido por la velocidad de entrega: número de líneas de código, sprints completados, funcionalidades lanzadas al mercado. Pero ahora que la IA empieza a automatizar buena parte de ese proceso —prototipos en minutos, código generado en segundos, testing automatizado— la pregunta clave ya no es “¿cuánto tardamos en construirlo?”, sino “¿de verdad vale la pena construirlo?”
Y eso nos lleva a redefinir nuestra aportación en los equipos y organizaciones. Porque si el desarrollo técnico se acelera, lo que gana peso es la calidad de la decisión previa, no la ejecución en sí.
La IA no nos sustituye. Nos obliga a replantearnos.
La inteligencia artificial no nos viene a quitar el trabajo. Viene a quitarnos la excusa. La excusa de que “no hay tiempo para pensar en el problema”, “no tenemos recursos para investigar más al usuario”, “ya validaremos después”.
Cuando construir deja de ser el cuello de botella, pensar bien lo que construimos pasa a ser el verdadero reto.
Y esto, lejos de ser una amenaza, es una oportunidad. Una que nos obliga a subir el listón.
El rol de diseñadores, product managers, desarrolladores, analistas y estrategas se redefine. El foco se desplaza de la ejecución al criterio. De lo operativo a lo estratégico. Del cómo al por qué.
¿Estamos preparados?
La verdadera disrupción no está en el modelo de lenguaje que escribe mejor que tú o en la IA que analiza millones de datos en segundos. Está en el vacío que deja todo eso al liberarte tiempo y tareas. ¿Qué haces con ese nuevo tiempo? ¿Lo llenas con más ruido o con decisiones que realmente generen impacto?
Quizá la respuesta no está en aprender a usar la IA como herramienta, sino en aprender a pensar más profundamente sobre lo que de verdad aporta valor. Porque cuando la máquina haga el output, nuestra aportación tendrá que centrarse —más que nunca— en el outcome.
Bienvenida, IA. Ya era hora.
Si la inteligencia artificial nos obliga a mirar con otros ojos al usuario, a volver a lo esencial, a dejar de construir por inercia… entonces, bienvenida sea.
Nos recuerda algo que el vértigo del delivery nos había hecho olvidar: que el verdadero poder no está en construir rápido, sino en construir con sentido.
¿Y tú?
Cuando la IA tome los mandos de la nave…
¿sabrás hacia dónde quieres volar?